La semana pasada comentamos que a lo largo de cinco semanas iríamos desgranando cuales son las características específicas de cada uno de los Cinco Elementos, los cinco flujos energéticos que se relacionan entre sí, mezclándose en innumerables combinaciones para crear la vida tal y como la conocemos.
En su día ya dimos unas pinceladas sobre el elemento Metal, que corresponde al otoño (podéis ver el texto en este mismo blog), y siguiendo el ciclo generativo de los Cinco Elementos, tras el dominio del elemento Metal viene la preponderancia del elemento Agua, del mismo modo que tras el otoño llega el invierno.
El elemento Agua se corresponde, precisamente, con el invierno, un tiempo en que muchas cosas se duermen, y con la energía de interiorización y final de ciclo. Es una energía imprescindible para la introspección y para recapitular e ir cerrando ciclos de nuestra propia vida para que así podamos renacer en primavera, cuando todo nace y la vida vuelve a expandirse.
El elemento Agua también nos permite acceder al conocimiento de lo ancestral y a realizarnos a través del trabajo. Es una energía descendente que nos ayuda a tener claridad y fluidez.
En el aspecto más físico y material, el elemento Agua lo encontramos en las superficies reflectantes (cristal tallado, vidrio, espejos), en peceras, estanques y fuentes de agua, en las formas onduladas y asimétricas (ondas, pliegues redondeados, etc.), y en los colores negro, gris oscuro y azul marino.
Tengamos en cuenta que, cuando falta el elemento Agua, todo parece demasiado superficial y difícilmente se afrontan los miedos y los problemas de fondo.
Jordi Monner,
geobiólogo y consultor de Feng Shui
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